Cartas
sobre la educación estética del hombre (1795)
Friedrich
Schiller
Tercera Carta
1 La naturaleza no
procede mejor con el hombre que con el resto de sus creaciones: actúa por él,
mientras el hombre no puede hacerlo por sí mismo en cuanto inteligencia libre.
Pero eso es justamente lo que le hace hombre, que no permanece en el estado en
que lo dejó la pura naturaleza, sino que posee la facultad de rehacer por medio
de la razón el camino que ya había recorrido antes con la naturaleza, la
facultad de transformar la obra de la mera necesidad en obra de su libre
elección y de elevar la necesidad física a necesidad moral.
2 Despierta del
letargo de la vida sensible, se reconoce como hombre, mira a su alrededor y se
encuentra... en el Estado. La coacción de las necesidades le precipitó en él
antes de que pudiera elegirlo libremente; la necesidad lo implantó con arreglo
a leyes puramente naturales, antes de que él pudiera implantarlo conforme a las
leyes de la razón. Pero, en cuanto persona moral, el hombre no podía, ni podrá
nunca conformarse con ese Estado de necesidad que había surgido sólo y
exclusivamente de su determinación natural, y adecuándose sólo a ella... ¡Y
pobre de él si pudiera conformarse! Así pues, con el mismo derecho con que es
hombre abandona el dominio de la ciega necesidad, tal como se separa de ella en
virtud de su libertad en tantos otros aspectos de su vida, tal como, para dar
sólo un ejemplo, borra mediante la moralidad y ennoblece mediante la belleza el
carácter vulgar que la necesidad física imprime al amor sexual. El hombre
recupera así, artificialmente, su infancia en su mayoría de edad; da forma en
el mundo de las ideas a un estado natural que no le viene dado por ninguna
experiencia, sino que le viene impuesto necesariamente por su determinación
racional; le otorga a ese estado ideal una finalidad que no tenía el auténtico estado
natural, y se da a sí mismo un derecho de elección del que entonces no era
capaz. Actúa como si comenzara desde el principio, y como si valiéndose de un
discernimiento claro
y decidiéndolo
libremente, cambiara el estado de independencia por el estado contractual. Por
muy sutil y sólidamente que la ciega arbitrariedad haya construido su obra, por
muy pretenciosamente que la afirme y por mucho que la rodee de una apariencia
de respetabilidad, el hombre puede considerarla, sin embargo, ahora, como algo
completamente inefectivo, porque la obra de las fuerzas ciegas no posee ninguna
autoridad ante la cual la libertad haya de doblegarse, y todo ha de conformarse
a la finalidad suprema que la razón asienta en la personalidad del hombre. Así
nace y se justifica el intento de una nación adulta de transformar su Estado
natural en un Estado moral.
3 Ese Estado natural
(como puede denominarse a todo cuerpo político que deriva originariamente su
organización a partir de fuerzas naturales y no de leyes) se opone al hombre
moral, cuya única ley es, precisamente, la adecuación a las leyes, y es en
cambio suficiente para el hombre físico, que se da a sí mismo leyes únicamente
para adaptarse a esas fuerzas. Ahora bien, el hombre físico es real, y el moral
tan sólo un supuesto. Porque si la razón suprime el Estado natural, como tiene
que hacer necesariamente para establecer el suyo en su lugar, arriesga al
hombre físico y real en pro del supuesto y moral, arriesga la existencia de la
sociedad en pro de un ideal de sociedad meramente posible (aunque moralmente
necesario). Le arrebata al hombre algo que es propiamente suyo, y sin lo cual nada
posee, y le señala a cambio algo que podría y debería poseer; y si hubiera
confiado demasiado en la capacidad del hombre, la razón le habría despojado
incluso de su componente animal, que es sin embargo la condición de su
humanidad, a cambio de una humanidad que aún no posee y de la que puede prescindir
sin menoscabo de su existencia.
Antes de que el
hombre hubiera tenido siquiera opción de aferrarse voluntariamente a la ley, la
razón habría retirado de sus pies el apoyo de la naturaleza.
4 Así pues, el gran
inconveniente es que, mientras la sociedad moral se forma en la idea, la sociedad
física no puede detenerse en el tiempo ni por un momento, no puede poner en peligro
su existencia en pro de la dignidad humana. Para reparar un mecanismo de
relojería, el relojero detiene las ruedas, pero el mecanismo de relojería
viviente que es el Estado ha de ser reparado en plena marcha, y eso significa
cambiar la rueda mientras está en funcionamiento. Entonces, para que la
sociedad pueda perpetuarse, tiene que buscar un apoyo que la haga independiente
del Estado natural que se pretende eliminar.
5 Este apoyo no se
encuentra en el carácter natural del hombre, quien, egoísta y violento, tiende
antes a la destrucción de la sociedad que a su conservación; tampoco se
encuentra en su carácter moral que, supuestamente, ha de formarse aún, un
carácter en el que el legislador no podría basarse ni confiar plenamente,
porque es libre y porque nunca se manifiesta como fenómeno. Se trataría
entonces de separar del carácter físico la arbitrariedad y del carácter moral
la libertad, de hacer concordar al primero con las leyes y de hacer que el
segundo dependa de las impresiones -de alejar un poco a aquél de la materia y
acercársela a éste un
poco más... y todo ello para crear un tercer carácter que, afín a los otros
dos, haga posible el tránsito desde el dominio de las fuerzas naturales al
dominio de las leyes y que, sin poner trabas al desarrollo del carácter moral,
sea más bien la garantía sensible de esa invisible moralidad
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