martes, 26 de enero de 2016

MARTES 26 TEXTOS







Cartas sobre la educación estética del hombre (1795)
Friedrich Schiller

Tercera Carta
1 La naturaleza no procede mejor con el hombre que con el resto de sus creaciones: actúa por él, mientras el hombre no puede hacerlo por sí mismo en cuanto inteligencia libre. Pero eso es justamente lo que le hace hombre, que no permanece en el estado en que lo dejó la pura naturaleza, sino que posee la facultad de rehacer por medio de la razón el camino que ya había recorrido antes con la naturaleza, la facultad de transformar la obra de la mera necesidad en obra de su libre elección y de elevar la necesidad física a necesidad moral.
2 Despierta del letargo de la vida sensible, se reconoce como hombre, mira a su alrededor y se encuentra... en el Estado. La coacción de las necesidades le precipitó en él antes de que pudiera elegirlo libremente; la necesidad lo implantó con arreglo a leyes puramente naturales, antes de que él pudiera implantarlo conforme a las leyes de la razón. Pero, en cuanto persona moral, el hombre no podía, ni podrá nunca conformarse con ese Estado de necesidad que había surgido sólo y exclusivamente de su determinación natural, y adecuándose sólo a ella... ¡Y pobre de él si pudiera conformarse! Así pues, con el mismo derecho con que es hombre abandona el dominio de la ciega necesidad, tal como se separa de ella en virtud de su libertad en tantos otros aspectos de su vida, tal como, para dar sólo un ejemplo, borra mediante la moralidad y ennoblece mediante la belleza el carácter vulgar que la necesidad física imprime al amor sexual. El hombre recupera así, artificialmente, su infancia en su mayoría de edad; da forma en el mundo de las ideas a un estado natural que no le viene dado por ninguna experiencia, sino que le viene impuesto necesariamente por su determinación racional; le otorga a ese estado ideal una finalidad que no tenía el auténtico estado natural, y se da a sí mismo un derecho de elección del que entonces no era capaz. Actúa como si comenzara desde el principio, y como si valiéndose de un discernimiento claro
y decidiéndolo libremente, cambiara el estado de independencia por el estado contractual. Por muy sutil y sólidamente que la ciega arbitrariedad haya construido su obra, por muy pretenciosamente que la afirme y por mucho que la rodee de una apariencia de respetabilidad, el hombre puede considerarla, sin embargo, ahora, como algo completamente inefectivo, porque la obra de las fuerzas ciegas no posee ninguna autoridad ante la cual la libertad haya de doblegarse, y todo ha de conformarse a la finalidad suprema que la razón asienta en la personalidad del hombre. Así nace y se justifica el intento de una nación adulta de transformar su Estado natural en un Estado moral.
3 Ese Estado natural (como puede denominarse a todo cuerpo político que deriva originariamente su organización a partir de fuerzas naturales y no de leyes) se opone al hombre moral, cuya única ley es, precisamente, la adecuación a las leyes, y es en cambio suficiente para el hombre físico, que se da a sí mismo leyes únicamente para adaptarse a esas fuerzas. Ahora bien, el hombre físico es real, y el moral tan sólo un supuesto. Porque si la razón suprime el Estado natural, como tiene que hacer necesariamente para establecer el suyo en su lugar, arriesga al hombre físico y real en pro del supuesto y moral, arriesga la existencia de la sociedad en pro de un ideal de sociedad meramente posible (aunque moralmente necesario). Le arrebata al hombre algo que es propiamente suyo, y sin lo cual nada posee, y le señala a cambio algo que podría y debería poseer; y si hubiera confiado demasiado en la capacidad del hombre, la razón le habría despojado incluso de su componente animal, que es sin embargo la condición de su humanidad, a cambio de una humanidad que aún no posee y de la que puede prescindir sin menoscabo de su existencia.
Antes de que el hombre hubiera tenido siquiera opción de aferrarse voluntariamente a la ley, la razón habría retirado de sus pies el apoyo de la naturaleza.
4 Así pues, el gran inconveniente es que, mientras la sociedad moral se forma en la idea, la sociedad física no puede detenerse en el tiempo ni por un momento, no puede poner en peligro su existencia en pro de la dignidad humana. Para reparar un mecanismo de relojería, el relojero detiene las ruedas, pero el mecanismo de relojería viviente que es el Estado ha de ser reparado en plena marcha, y eso significa cambiar la rueda mientras está en funcionamiento. Entonces, para que la sociedad pueda perpetuarse, tiene que buscar un apoyo que la haga independiente del Estado natural que se pretende eliminar.
5 Este apoyo no se encuentra en el carácter natural del hombre, quien, egoísta y violento, tiende antes a la destrucción de la sociedad que a su conservación; tampoco se encuentra en su carácter moral que, supuestamente, ha de formarse aún, un carácter en el que el legislador no podría basarse ni confiar plenamente, porque es libre y porque nunca se manifiesta como fenómeno. Se trataría entonces de separar del carácter físico la arbitrariedad y del carácter moral la libertad, de hacer concordar al primero con las leyes y de hacer que el segundo dependa de las impresiones -de alejar un poco a aquél de la materia y
acercársela a éste un poco más... y todo ello para crear un tercer carácter que, afín a los otros dos, haga posible el tránsito desde el dominio de las fuerzas naturales al dominio de las leyes y que, sin poner trabas al desarrollo del carácter moral, sea más bien la garantía sensible de esa invisible moralidad

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